16 septiembre 2016

Por qué ‘Litera dura’

Litera dura. Literatura. Hay quien dice que los juegos de palabras demuestran falta de imaginación. Es posible. De todos modos, jugar con las palabras me parece lo mejor que se puede hacer con ellas. En todo caso, es lo mejor que un escritor puede hacer con ellas. No creo que haya que tenerles demasiado respeto, ni mucho menos miedo; el famoso miedo al folio en blanco, que en realidad no es el miedo al folio, sino el miedo o el respeto reverencial a las palabras que nos tiranizan y nos exigen precisión, exactitud, y que así nos dominan. El juego ayuda a perderles totalmente el miedo y la parte sobrante de respeto a esas pequeñas partículas pretenciosas, sonidos de la garganta o trazos en un papel, que aspiran a ser independientes, mágicas, inaprensibles. Herencia sacrosanta de la tradición. El juego nos permite agarrarlas, estirarlas, contraerlas, destruirlas, como a juguetes con los que nos podemos divertir o de los que nos podemos aburrir. Más vale dejar de respetar tanto a las palabras y empezar a respetar a los seres humanos.
Fotografía de Sara Von Hammersmark.
Litera dura. Literatura. El juego de palabras no es gratuito. La escritura suele surgir de la incomodidad. De aquellos que apenas encuentran reposo en la dura y oxidada litera de una celda, sea una celda real o la celda metafórica del entorno, de la vida escasa y poco vivible. Quienes duermen en colchones mullidos, entre cojines y sábanas limpias, bien arropados, y despiertan al día siguiente cuando entran los primeros rayos de sol a través de su amplia ventana adornada por visillos, en general no van a perder el tiempo escribiendo. Si lo hacen, lo harán como un divertimento más o menos frívolo. Parirán cosas entretenidas en el mejor de los casos, como el que juega al parchís sin apostar nada. Escribirán sin necesidad. La buena literatura surge de la necesidad; de la necesidad de aliviar el dolor de huesos que nos provoca apoyar la cabeza y la espalda cada noche entre las aristas y los tornillos carcomidos de una sucia litera metálica en una habitación lóbrega entre lamentos y gritos. La escritura que conmueve, la que expone la naturaleza humana, surge de la incomodidad. Estamos incómodos con la realidad, así que la denunciamos y la burlamos con la literatura.
Los ejemplos de grandes escritores que podrían atestiguar esta teoría son incontables. Sólo mencionaré a Cervantes y su escritura de El Quijote. En la génesis de esa novela notable se une la celda física y el tormento del alma. Con esos ingredientes, celda y tormento, Cervantes guisó y aderezó el caballero loco que huye de su casa a los anchos campos de Castilla y la emprende a lanzadas contra molinos, rebaños y curas. Es posible que Cervantes fuera plenamente consciente de lo que estaba escribiendo y es posible que no; lo que es seguro es que Don Quijote surgió de la adversidad, de la insatisfacción. De la cárcel y de su duro lecho. El propio Cervantes lo confiesa en el prólogo a El Quijote: «Y así, ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?». Litera dura. Literatura.
Claro que no es recomendable ni creo que compense padecer tanto a cambio de ser un buen escritor, al margen de que una cosa no garantiza la otra. Estoy seguro de que Cervantes habría perdonado la gloria futura por el contento presente. No estoy recomendando nada, sólo exponiendo hechos. El día en que todos descansemos en mullidos colchones, veremos qué otra excusa nos procuramos para escribir bien. Ya se nos ocurrirá algo.